top of page
Buscar

Torre Castelar / Castelar Tower

  • Foto del escritor: Oscar Fuentes Arquitectos
    Oscar Fuentes Arquitectos
  • 19 ene 2021
  • 9 Min. de lectura

Actualizado: 29 oct

Por Oscar Fuentes

ree

En 1972 el Banco Coca encargó a Rafael de la Hoz y Gerardo Olivares el desarrollo de un proyecto para ser construido en un terreno muy particular del Paseo de la Castellana (avenida que tiene obras de arquitectos como Moneo, Fisac, Saenz de Oiza o Vázquez Molezún) en la ciudad de Madrid. Este terreno presentaba una pendiente muy pronunciada entre frente y fondo (18 mts.) y contaba con una normativa y un entorno que favorecían la construcción de torres aisladas, pensados para que se alojaran las empresas e instituciones más poderosas de la floreciente economía española del momento (incluso su vecino más cercano es la Embajada de los Estados Unidos).

Rafael de la Hoz -un arquitecto de entonces 48 años- formado en el M.I.T, impulsor (en esos años) de las Normas Tecnológicas de la Edificación españolas y que llevaba 20 años de profesión, había ya construido la sede en Valencia del Banco Coca así como una gran cantidad de obras de alta calidad.


Pero esta obra, en principio maldita por las circunstancias que la rodearon, (su construcción sobrellevó casi 15 años de atraso, la desaparición del banco desarrollador, el suicidio de su presidente y comitente además del consecuente reemplazo de este) se convertiría no solo en una obra de avanzada para su tiempo (y veremos que aun lo sigue siendo) sino también en maldita por no acceder al lugar que siempre mereció en la cultura arquitectónica española (e internacional).

El edificio desarrolla una idea que en principio no es innovadora para su tiempo: colgar el cuerpo principal del edificio de elementos resistentes superiores.

En 1946 Amancio Williams había presentado su Edificio suspendido de oficinas, en 1959 García Pardo y Sommer Smith habían construido el edificio El Pilar en la Rambla de Montevideo y casi simultáneamente a la Torre Castelar, Mario Bigongiari desarrollaba la Torre Pirelli en Buenos Aires.

La obra de de la Hoz y Olivares toma del edificio El Pilar no solo la idea de colgarlo del núcleo sino también el que este sea asimétrico a la planta. Pero en la obra de de la Hoz, la asimetría alcanza un extremo tal, que lo llevaba a que cada vez que había tormenta en Madrid, preguntara si el edificio aun seguía en pie. Esto es porque la asimetría del núcleo genera, ante una gran carga de viento (o cualquier otra carga horizontal) una gran torsión en la planta, especialmente en los pisos inferiores (ya que no solo son los más lejanos al núcleo (núcleo que se encuentra descompuesto en dos partes apenas unidas por un puente, materializando las dos direcciones del momento flector resultante) sino además los más lejanos a las ménsulas superiores de las que todo cuelga). Esta asimetría es también la que construye la potentísima imagen del edificio, ya que la distancia del núcleo a la fachada permite percibir el cuerpo principal como un cuerpo casi flotante al no poder ver su apoyo.

La gran ventaja de un edificio de estas características es la inexistencia de columnas en el perímetro de la fachada, lo que permite no solo mayor transparencia sino además mayor flexibilidad en el perímetro de la planta. Y si además el núcleo presenta una excentricidad tan extrema la transparencia, luminosidad y apertura de planta alcanzan el máximo posible.

Pero aquí la Torre Castelar se corre del punto. La gran transparencia lograda al sostener el edificio en su perímetro solo por tensores y desfasar el núcleo del centro es cancelada al dotar al edificio de una doble fachada realizada con vidrio traslúcido. Esta doble fachada, llamada por los autores “el halo”, tiene tanto la función de reducir la carga térmica como de difuminar la luz en el interior para evitar la sobreexposición a la intensa luz madrileña. El tratamiento del vidrio exterior hace que este absorba la carga térmica solar y la disipe en la cámara ventilada que se encuentra entre esta y las ventanas de cierre, reduciendo de esta manera la incidencia solar en el exterior (sumado a que la cara Oeste es la que cierra el núcleo). Este corte de la fachada tiene una ingeniería de detalle notable aún hoy: su estudio nos acerca a como un arquitecto debe entender la definición de las partes de una obra. Comparado con la elección de elementos de catálogo, este modo de pensar -con rigor y creatividad- muestra el punto en el cual una obra de arquitectura puede ser pensada.

Esta doble fachada además -para no perder lo logrado por el esfuerzo estructural de colgar el perímetro- es sostenida por paneles de vidrio. Este uso estructural del vidrio era una absoluta novedad para el momento -40 años después muchos actúan como si lo siguiera siendo-. “El halo” consta de vidrios traslúcidos separados entre si -para evitar que el alto coeficiente de dilatación del vidrio implicara roturas de estos- con su soporte también en vidrio, lo que le otorga a la fachada una cualidad extraña, una profundidad con variación de tonos -los vidrios de las ventanas de cierre son rosados, los exteriores incoloros-. La separación de los vidrios exteriores hace también extraña la mirada desde el interior: el exterior solo es percibido como siluetas cortadas con franjas de nitidez.

La Torre Castelar alcanza sus logros no solo por el desarrollo de los detalles aplicados al vidrio. El uso que hace del hormigón (aunque casi no se lo perciba, ya que siempre aparece revestido por piedra) es extremo. El conjunto de elementos soportantes (base-núcleo-ménsulas), es sometido a cargas extremas que deben ser resolverse con mínima deformación: la fragilidad del vidrio no soportaría deformaciones normales para otras estructuras (se llegó incluso a dejar pesos muertos durante la construcción, que eran retirados al colocar las ventanas, para no someter a los vidrios a las deformaciones que implicaría agregar su peso a cada planta).

El desarrollo de los detalles de anclaje de acero en el hormigón es tangente a este, con lo cual su precisión es decisiva. Los forjados con vigas Boyd (los que aumentan la altura pero reducen el peso) también están anclados de manera tangente al cuerpo principal del núcleo.

La torre se completa con un cuerpo bajo que ayuda a percibir el carácter del cuerpo suspendido (cuerpo bajo que parece más largo de lo que realmente es, ya que en su extremo Sur solo sigue como vigas suspendidas, generando un extraño patio sin salida) y con varios subsuelos -iluminados cenitalmente- que completan los espacios comunes del edificio. Estos espacios son el perfecto contrapunto con el cuerpo principal del edificio: lo que en las plantas de la torre aparece como translucido, liviano y pulido en esta parte del edificio aparece como opaco, pesado y rugoso.

El edificio en su conjunto es una perfecta síntesis de lo que un inteligente uso de la tecnología disponible puede lograr. No solo en lo que respecta a los aportes al desarrollo de la tecnología de los materiales utilizados (especialmente como ampliación de sus posibilidades de uso), sino especialmente en cuanto al logro de una obra única, tanto en su particularidad como en su generalidad.

De los muchos y fructíferos debates que se dieron en las primeras décadas del Siglo XX, uno, sostenido entre Le Corbusier y Adolf Loos, se preguntaba cual sería el material del futuro: si el vidrio como sostenía Le Corbusier o la piedra como reclamaba Loos. La Torre Castelar es la mejor demostración de que ambos tenían razón.

*En Revista 1:100 número 41, enero 2013.



***


In 1972, Banco Coca commissioned Rafael de la Hoz and Gerardo Olivares to develop a project for a building on a very particular plot of land on the Paseo de la Castellana (an avenue featuring works by architects such as Moneo, Fisac, Saenz de Oiza, and Vázquez Molezún) in Madrid. This plot had a very steep slope (18 meters) between its front and back, and its regulations and surrounding area favored the construction of detached towers, intended to house the most powerful companies and institutions of Spain's booming economy at the time (its closest neighbor is even the United States Embassy).


Rafael de la Hoz, then 48 years old, trained at MIT, was a driving force (at that time) behind the Spanish Building Technology Standards and had been practicing for 20 years. He had already built Banco Coca's headquarters in Valencia, as well as a large number of other high-quality projects.


But this building, initially cursed by the circumstances surrounding its construction (its construction was delayed by almost 15 years, the bank that developed it disappeared, its president and client committed suicide, and he was subsequently replaced), would become not only a groundbreaking work for its time (and we will see that it still is) but also cursed for not achieving the place it always deserved in Spanish (and international) architectural culture.

The building develops an idea that, in principle, was not innovative for its time: suspending the main body of the building from upper structural elements.


In 1946, Amancio Williams had presented his Suspended Office Building; in 1959, García Pardo and Sommer Smith had built the El Pilar building on the Rambla in Montevideo; and almost simultaneously with the Castelar Tower, Mario Bigongiari was developing the Pirelli Tower in Buenos Aires.


The work of de la Hoz and Olivares borrows from the El Pilar building not only the idea of ​​suspending it from the core but also the asymmetry of this core relative to the floor plan. However, in de la Hoz's work, the asymmetry reaches such an extreme that he would ask if the building was still standing whenever there was a storm in Madrid. This is because the asymmetry of the core generates, under a high wind load (or any other horizontal load), significant torsion in the floor plan, especially in the lower floors (since they are not only the furthest from the core—which is divided into two parts barely connected by a bridge, thus materializing the two directions of the resulting bending moment—but also the furthest from the upper brackets from which everything is suspended). This asymmetry is also what creates the building's powerful image, as the distance between the core and the façade allows the main body to be perceived as almost floating, since its support is not visible.


The great advantage of a building with these characteristics is the absence of columns around the perimeter of the façade, which allows not only greater transparency but also greater flexibility in the floor plan. And if, in addition, the core has such an extreme eccentricity, the transparency, luminosity, and openness of the floor plan reach their maximum potential.


But here, the Castelar Tower deviates from this principle. The high transparency achieved by supporting the building's perimeter solely with tension cables and offsetting the core from the center is negated by the building's double façade made of translucent glass. This double façade, which the architects call "the halo," serves both to reduce the thermal load and to diffuse the light inside, preventing overexposure to Madrid's intense sunlight. The treatment of the exterior glass allows it to absorb solar heat and dissipate it in the ventilated cavity between it and the windows, thus reducing solar incidence on the exterior (furthermore, the west-facing side is the one that encloses the core). This section of the facade exhibits remarkable engineering detail even today: its study helps us understand how an architect should define the components of a building. Compared to simply selecting elements from a catalog, this rigorous yet creative approach demonstrates the level at which a work of architecture can be conceived.


This double façade, moreover—to preserve the structural strength achieved by suspending the perimeter—is supported by glass panels. This structural use of glass was an absolute novelty at the time—and 40 years later, many still act as if it were. “The halo” consists of translucent glass panes separated from each other—to prevent the high coefficient of glass expansion from causing breakage—with their support also made of glass, which gives the façade a strange quality, a depth with variations in tone—the glass in the inner windows is pink, the outer panes colorless. The separation of the outer panes also makes the view from the inside unusual: the exterior is perceived only as silhouettes cut off by sharp bands.


The Castelar Tower achieves its remarkable feats not only through the development of the details applied to the glass. Its use of concrete (although it is almost imperceptible, as it is always clad in stone) is extreme. The set of supporting elements (base-core-brackets) is subjected to extreme loads that must be resolved with minimal deformation: the fragility of the glass would not withstand normal deformations for other structures (it was even necessary to leave dead weights during construction, which were removed when placing the windows, so as not to subject the glass to the deformations that adding its weight to each floor would imply).


The development of the steel anchorage details in the concrete is tangent to it, making their precision crucial. The floor slabs with Boyd beams (which increase height but reduce weight) are also anchored tangent to the main body of the core.


The tower is completed by a lower section that helps to highlight the character of the suspended section (this lower section appears longer than it actually is, since at its southern end it continues only as suspended beams, creating an unusual dead-end courtyard) and by several basement levels—lit from above—that complete the building's common areas. These spaces are the perfect counterpoint to the main body of the building: what appears translucent, light, and polished on the tower's floors appears opaque, heavy, and rough in this part of the building.


The building as a whole is a perfect synthesis of what an intelligent use of available technology can achieve. This is true not only in terms of its contributions to the development of the technology of the materials used (especially in expanding their possibilities for use), but especially in terms of achieving a unique work, both in its particularity and its generality.


Of the many fruitful debates that took place in the first decades of the 20th century, one, between Le Corbusier and Adolf Loos, questioned what the material of the future would be: glass, as Le Corbusier maintained, or stone, as Loos claimed. The Castelar Tower is the best demonstration that both were right.

 

Translated with the aid of Google Translate

 
 
 
bottom of page