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  • Foto del escritorOscar Fuentes Arquitectos

Torre Castelar

Actualizado: 22 ene 2021

Por Oscar Fuentes


En 1972 el Banco Coca encargó a Rafael de la Hoz y Gerardo Olivares el desarrollo de un proyecto para ser construido en un terreno muy particular del Paseo de la Castellana (avenida que tiene obras de arquitectos como Moneo, Fisac, Saenz de Oiza o Vázquez Molezún) en la ciudad de Madrid. Este terreno presentaba una pendiente muy pronunciada entre frente y fondo (18 mts.) y contaba con una normativa y un entorno que favorecían la construcción de torres aisladas, pensados para que se alojaran las empresas e instituciones más poderosas de la floreciente economía española del momento (incluso su vecino más cercano es la Embajada de los Estados Unidos).

Rafael de la Hoz -un arquitecto de entonces 48 años- formado en el M.I.T, impulsor (en esos años) de las Normas Tecnológicas de la Edificación españolas y que llevaba 20 años de profesión, había ya construido la sede en Valencia del Banco Coca así como una gran cantidad de obras de alta calidad.


Pero esta obra, en principio maldita por las circunstancias que la rodearon, (su construcción sobrellevó casi 15 años de atraso, la desaparición del banco desarrollador, el suicidio de su presidente y comitente además del consecuente reemplazo de este) se convertiría no solo en una obra de avanzada para su tiempo (y veremos que aun lo sigue siendo) sino también en maldita por no acceder al lugar que siempre mereció en la cultura arquitectónica española (e internacional).

El edificio desarrolla una idea que en principio no es innovadora para su tiempo: colgar el cuerpo principal del edificio de elementos resistentes superiores.

En 1946 Amancio Williams había presentado su Edificio suspendido de oficinas, en 1959 García Pardo y Sommer Smith habían construido el edificio El Pilar en la Rambla de Montevideo y casi simultáneamente a la Torre Castelar, Mario Bigongiari desarrollaba la Torre Pirelli en Buenos Aires.

La obra de de la Hoz y Olivares toma del edificio El Pilar no solo la idea de colgarlo del núcleo sino también el que este sea asimétrico a la planta (1). Pero en la obra de de la Hoz, la asimetría alcanza un extremo tal, que lo llevaba a que cada vez que había tormenta en Madrid, preguntara si el edificio aun seguía en pie. Esto es porque la asimetría del núcleo genera, ante una gran carga de viento (o cualquier otra carga horizontal) una gran torsión en la planta, especialmente en los pisos inferiores (ya que no solo son los más lejanos al núcleo (núcleo que se encuentra descompuesto en dos partes apenas unidas por un puente, materializando las dos direcciones del momento flector resultante) sino además los más lejanos a las ménsulas superiores de las que todo cuelga). Esta asimetría es también la que construye la potentísima imagen del edificio (2), ya que la distancia del núcleo a la fachada permite percibir el cuerpo principal como un cuerpo casi flotante (3) al no poder ver su apoyo.

La gran ventaja de un edificio de estas características es la inexistencia de columnas en el perímetro de la fachada, lo que permite no solo mayor transparencia sino además mayor flexibilidad en el perímetro de la planta. Y si además el núcleo presenta una excentricidad tan extrema la transparencia, luminosidad y apertura de planta alcanzan el máximo posible.

Pero aquí la Torre Castelar se corre del punto. La gran transparencia lograda al sostener el edificio en su perímetro solo por tensores y desfasar el núcleo del centro es cancelada al dotar al edificio de una doble fachada realizada con vidrio traslúcido (4). Esta doble fachada, llamada por los autores “el halo”, tiene tanto la función de reducir la carga térmica como de difuminar la luz en el interior para evitar la sobreexposición a la intensa luz madrileña. El tratamiento del vidrio exterior hace que este absorba la carga térmica solar y la disipe en la cámara ventilada que se encuentra entre esta y las ventanas de cierre, reduciendo de esta manera la incidencia solar en el exterior (sumado a que la cara Oeste es la que cierra el núcleo). Este corte de la fachada tiene una ingeniería de detalle notable aún hoy: su estudio nos acerca a como un arquitecto debe entender la definición de las partes de una obra. Comparado con la elección de elementos de catálogo, este modo de pensar -con rigor y creatividad- muestra el punto en el cual una obra de arquitectura puede ser pensada (5).

Esta doble fachada además -para no perder lo logrado por el esfuerzo estructural de colgar el perímetro- es sostenida por paneles de vidrio (6). Este uso estructural del vidrio era una absoluta novedad para el momento -40 años después muchos actúan como si lo siguiera siendo-. “El halo” consta de vidrios traslúcidos separados entre si -para evitar que el alto coeficiente de dilatación del vidrio implicara roturas de estos- con su soporte también en vidrio, lo que le otorga a la fachada una cualidad extraña, una profundidad con variación de tonos -los vidrios de las ventanas de cierre son rosados, los exteriores incoloros- (7). La separación de los vidrios exteriores hace también extraña la mirada desde el interior: el exterior solo es percibido como siluetas cortadas con franjas de nitidez (8).

La Torre Castelar alcanza sus logros no solo por el desarrollo de los detalles aplicados al vidrio. El uso que hace del hormigón (aunque casi no se lo perciba, ya que siempre aparece revestido por piedra) es extremo. El conjunto de elementos soportantes (base-núcleo-ménsulas), es sometido a cargas extremas que deben ser resolverse con mínima deformación: la fragilidad del vidrio no soportaría deformaciones normales para otras estructuras (se llegó incluso a dejar pesos muertos durante la construcción, que eran retirados al colocar las ventanas, para no someter a los vidrios a las deformaciones que implicaría agregar su peso a cada planta).

El desarrollo de los detalles de anclaje de acero en el hormigón es tangente a este, con lo cual su precisión es decisiva. Los forjados con vigas Boyd (los que aumentan la altura pero reducen el peso) también están anclados de manera tangente al cuerpo principal del núcleo.

La torre se completa con un cuerpo bajo que ayuda a percibir el carácter del cuerpo suspendido (cuerpo bajo que parece más largo de lo que realmente es, ya que en su extremo Sur solo sigue como vigas suspendidas, generando un extraño patio sin salida) (9) y con varios subsuelos -iluminados cenitalmente- que completan los espacios comunes del edificio. Estos espacios son el perfecto contrapunto con el cuerpo principal del edificio: lo que en las plantas de la torre aparece como translucido, liviano y pulido en esta parte del edificio aparece como opaco, pesado y rugoso (10).

El edificio en su conjunto es una perfecta síntesis de lo que un inteligente uso de la tecnología disponible puede lograr. No solo en lo que respecta a los aportes al desarrollo de la tecnología de los materiales utilizados (especialmente como ampliación de sus posibilidades de uso), sino especialmente en cuanto al logro de una obra única, tanto en su particularidad como en su generalidad.

De los muchos y fructíferos debates que se dieron en las primeras décadas del Siglo XX, uno, sostenido entre Le Corbusier y Adolf Loos, se preguntaba cual sería el material del futuro: si el vidrio como sostenía Le Corbusier o la piedra como reclamaba Loos. La Torre Castelar es la mejor demostración de que ambos tenían razón.

*En Revista 1:100 número 41, enero 2013.

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