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Mercado Gülüstan. Ashgabat, Turkmenistán / Gülüstan Market. Ashgabat, Turkmenistan

  • Foto del escritor: Oscar Fuentes Arquitectos
    Oscar Fuentes Arquitectos
  • 20 ene 2021
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 3 nov

Por Oscar Fuentes

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La cultura arquitectónica, históricamente, se ha ido construyendo a partir de tratados, obras maestras, o soluciones ejemplares a problemas tipo, que en general se irradian desde centros de producción, que lo son por concentración de recursos u ocasional concentración de talentos (cuando no ambas a la vez). Mayormente estos centros son centros de poder político o económico, que, o enfrentan por primera vez ciertos problemas por estar adelantados a determinadas problemáticas, o simplemente cuentan con los medios de difusión suficientes (en cantidad y prestigio) para proponer soluciones que son convertidas en canónicas por cierto conjunto de arquitectos durante un tiempo determinado, en el cual, estas soluciones canónicas -supuestamente- funcionan, en los múltiples aspectos que se espere de ellas.

Y puede decirse que la cultura arquitectónica funciona en este único sentido, donde muchos parecen estar dispuestos a estudiar y comprender lo que estos centros de producción irradian, y no tanto para aprender las lecciones que las mal llamadas culturas periféricas tienen para darnos. Se podrá dar muchos ejemplos de cómo estas son estudiadas y aceptadas, pero generalmente lo serán cuando estas expresen algún folklorismo. De ciertas culturas solo se esperan obras que refieran a localismos, donde lo único que les espera si se atreven con los temas desarrollados en las culturas centrales, es el más absoluto desdén.

Y debemos reconocer que algunas veces las lecciones llegan desde algunas arquitecturas que comprendieron mejor ciertos desarrollos que las culturas que lo originaron. Quizá este sea el caso del Mercado Gülüstan, proyectado y construido en Ashgabat, Turkmenistán por el arquitecto ruso Vasili Vysotin. Esta obra, cuyo principal valor no es la originalidad, ya que es claramente subsidiaria del Palazzo del Lavoro de Nervi, tiene el valor de retomar las ideas desarrolladas por Nervi sin caer en el homenaje, y podemos decir que caer en este tipo de operación postmoderna (de la que hemos visto unas cuantas en los últimos años en nuestro país) es lo último a lo que aspira esta obra.

Lo que comparten el mercado de Vysotin y el edificio para ferias de Nervi es su definición material: un conjunto de estructuras de columna central con cubierta cuadrada, organizadas paralelamente y colocadas una junto a otra sin llegar a estar unidas. El precio que se paga por no explotar la continuidad estructural es aprovechado al aumentar la levedad de la cubierta, además de mejorar la iluminación interior. Lo que en la estructura de Nervi se valora por el ajuste proporcional y precisión de la cubierta (que es metálica a diferencia de la columna central de hormigón), en la obra de Vysotin (totalmente en hormigón armado) se valora por el uso: un mercado popular abierto, casi una plaza pública.

Difícilmente este tipo de estructura encuentre un mejor sentido para su uso, y allí radica el valor de esta obra: en encontrar en el tipo de espacio creado, el perfecto sentido para esta estructura. Sentido que expresa los valores más profundos del Movimiento Moderno. Este trató de crear una arquitectura democrática, que eluda los valores elitistas que la arquitectura había tenido a lo largo de la historia, una arquitectura que expresara simbólicamente los cambios que las nuevas sociedades de masas reclamaban y que explotara las posibilidades técnicas de los nuevos materiales y técnicas constructivas para desarrollar un nuevo estilo público que reemplazara a los anteriores, sobrecargados de sentidos tan elitistas como caducos.

El rigor de este tipo de estructura, encuentra en esta verdadera plaza pública de Ashgabat su máximo sentido: su gran escala, producto de la lógica estructural utilizada, no obedece a ninguna operación retórica y sin embargo define con claridad el tipo y carácter del espacio público que construye. La partición de su cubierta responde tanto a las necesidades estructurales de desarrollar elementos de máxima inercia y de reducir las secciones de los elementos más alejados del apoyo para reducir así los momentos flectores de trabajo, como al tipo de articulación de los planos que toda la arquitectura pública musulmana desarrolla.

Lo que en la obra de Nervi se gana por definición plástica (ver en ese sentido el uso de colores oscuros para la definición interior de la cubierta para maximizar el efecto dramático de la luz en las cesuras), en la obra de Vysotin se define por el carácter público que tiene este espacio y que le confiere su lógica. Ver el modo en que los habitantes de esta ciudad asiática hacen explotar este espacio de color y vitalidad, nos hace ver lo que la arquitectura moderna pudo ser y apenas consiguió. Y mucho más cuando vemos las imágenes del Palazzo del Lavoro tanto en su destino actual como en su futuro cercano. Al abandono que ostenta actualmente, constituyéndolo en una de las ruinas modernas más esplendentes, se nos abre un futuro oscuro de la mano de su nuevo destino: un nuevo shopping center. Las imágenes que se nos ofrecen de la intervención (a un costo de varios cientos millones de euros), no pueden ser más desalentadoras. Y si Buenos Aires se dio el lujo de malbaratar el magnífico Mercado de Abasto ante esta nueva plaga urbana que constituyen los shoppings (y que increíblemente en su origen fueron un experimento social de integración urbana), Torino está a punto de arruinar uno de los espacios modernos más potentes del Siglo XX. Y no puede decirse que el comercio es el culpable, el edificio de Vysotin es un mercado finalmente. Pero el distinto modo de ocupación del espacio que propone un mercado público al hipercontrolado interior de un shopping center (quienes tuvieron la suerte de asistir a la obra Shopping llevada adelante en el festival de teatro Ciudades Paralelas en el 2010, conocen perfectamente el alcance de esta aseveración), nos habla también de los diferentes modos de vida que toda arquitectura puede albergar.

Nadie puede culpar a Nervi del modo que la sociedad italiana contemporánea está tratando su obra, como seguramente no es solo mérito del arquitecto el uso del Mercado Gülüstan. Pero sí nosotros podemos tomar nota de los diferentes sentidos que puede alcanzar cada arquitectura, y comprender así las posibilidades de los diferentes desarrollos.

Comencé diciendo que el valor de la obra de Vysotin, no era evidentemente la originalidad, pero sí podemos decir que lo es la pertinencia. Vysotin vio en el tipo de espacio que la estructura del Palazzo del Lavoro podía construir, la potencialidad para su obra, y dio a las ideas de Nervi una vida que lamentablemente su propio edificio ya nunca tendrá.

*En Revista 1:100 número 36, enero 2012, pp 76-79.



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Historically, architectural culture has been built upon treatises, masterpieces, and exemplary solutions to typical problems, generally emanating from production centers. These centers are characterized by a concentration of resources or, occasionally, a concentration of talent (or both). Mostly, these centers are centers of political or economic power, which either confront certain problems for the first time because they are ahead of their time in addressing specific issues, or simply possess sufficient means of dissemination (in both quantity and prestige) to propose solutions that are then canonized by a certain group of architects for a specific period. During this time, these canonical solutions supposedly function in the various aspects expected of them.


And it can be said that architectural culture operates in this single direction, where many seem willing to study and understand what these production centers radiate, rather than to learn the lessons that so-called peripheral cultures have to offer. Many examples could be given of how these works are studied and accepted, but generally only when they express some form of folklore. From certain cultures, only works referencing local customs are expected, and if they dare to tackle themes developed in mainstream cultures, the only thing that awaits them is utter disdain.


And we must acknowledge that sometimes lessons come from architectural works that understood certain developments better than the cultures that originated them. Perhaps this is the case of the Gülüstan Market, designed and built in Ashgabat, Turkmenistan, by the Russian architect Vasili Vysotin. This work, whose main value is not originality, since it is clearly derivative of Nervi's Palazzo del Lavoro, has the merit of revisiting Nervi's ideas without resorting to mere homage. And we can say that falling into this type of postmodern approach (of which we have seen quite a few in recent years in our country) is the last thing this work aspires to.


What Vysotin's market and Nervi's exhibition hall share is their material definition: a series of central column structures with square roofs, arranged in parallel and placed side by side without actually connecting. The price paid for not exploiting structural continuity is offset by the increased lightness of the roof, as well as improved interior lighting. What is valued in Nervi's structure for the proportional fit and precision of the roof (which is metal, unlike the central concrete column), in Vysotin's work (entirely reinforced concrete) is valued for its function: an open-air popular market, almost a public square.


It is difficult to find a better use for this type of structure, and therein lies the value of this work: in finding, within the type of space created, the perfect purpose for this structure. A purpose that expresses the deepest values ​​of the Modern Movement. This architect sought to create a democratic architecture, one that eschewed the elitist values ​​that architecture had held throughout history, an architecture that symbolically expressed the changes demanded by the new mass societies and that exploited the technical possibilities of new materials and construction techniques to develop a new public style to replace the previous ones, burdened with meanings as elitist as they were outdated.


The rigor of this type of structure finds its fullest expression in this true public square of Ashgabat: its grand scale, a product of the structural logic employed, is not the result of any rhetorical device, yet it clearly defines the type and character of the public space it creates. The division of its roof responds both to the structural needs of developing elements with maximum inertia and reducing the sections of the elements furthest from the support to minimize bending moments, and to the type of articulation of planes characteristic of all Muslim public architecture.


What Nervi's work achieves through plastic definition (see, in this sense, the use of dark colors for the interior definition of the roof to maximize the dramatic effect of light at the breaks), Vysotin's work is defined by the public character of this space, which confers its logic. Seeing how the inhabitants of this Asian city make this space burst with color and vitality allows us to see what modern architecture could have been but barely achieved. This is even more evident when we see images of the Palazzo del Lavoro, both in its current state and its near future. Its current state of neglect, which makes it one of the most splendid modern ruins, is now facing a dark future with its new purpose: a new shopping center. The images we see of the intervention (at a cost of several hundred million euros) could not be more disheartening. And if Buenos Aires indulged in the luxury of squandering the magnificent Mercado de Abasto in the face of this new urban plague that shopping malls constitute (and which, incredibly, were originally a social experiment in urban integration), Turin is about to ruin one of the most powerful modern spaces of the 20th century. And it can't be said that commerce is to blame; Vysotin's building is, after all, a market. But the different way of occupying space that a public market proposes compared to the hyper-controlled interior of a shopping center (those fortunate enough to have seen the play "Shopping" performed at the Parallel Cities theater festival in 2010 are perfectly aware of the implications of this assertion) also speaks to the different ways of life that any architecture can accommodate.


No one can blame Nervi for the way contemporary Italian society is treating his work, just as the use of the Gülüstan Market is certainly not solely the architect's doing. But we can take note of the different meanings that each piece of architecture can convey, and thus understand the possibilities of different developments.


I began by saying that the value of Vysotin's work was not, evidently, its originality, but rather its relevance. Vysotin saw in the type of space that the structure of the Palazzo del Lavoro could create the potential for his work, and he gave Nervi's ideas a life that, sadly, his own building will never have.

 

Translated with the aid of Google Translate

 
 
 

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