Por Oscar Fuentes
No podría haber un indicio más claro de la presencia humana y del ejercicio de su intelecto que la muestra del contraste entre el orden y el desorden.
Deyan Sudjic
La investigación llevada adelante por Federico Pastorino sobre el trabajo de Jorge Scrimaglio nos enfrenta a un conjunto de obras -construidas o que quedaron en proyecto- de un rigor único en la práctica de la arquitectura en el Siglo XX en la Argentina.
La obsesión de Scrimaglio con los pocos temas recurrentemente por él desarrollados le ha permitido lograr en su conjunto una obra de gran unidad. Y si bien es obvio que estos temas pertenecen a ciertos momentos del Movimiento Moderno, es necesario decir que encuentran en su mano un desarrollo poco común.
En su obra, Scrimaglio trabaja con gran rigor sobre la organización de unidades elementales, sean estas desde simples ladrillos, listones de madera, muros, planos, etc. Unidades elementales de menor entidad que se organizan para constituir otras de mayor entidad que, a su vez, se organizan para, en un juego de elementos, ir organizando el todo. Elementos que si bien siempre se subordinan a un preciso orden geométrico, nunca pierden ni su singularidad (y pocas veces su materialidad) ni su especificidad en el orden del conjunto. A partir de este inicio -la definición de unidades que en su organización determinan el conjunto de la obra-, Scrimaglio logra resolver los temas más diversos: desde un stand hasta un campanario, desde un mueble hasta una capilla, desde un logotipo hasta una vivienda. Y si bien podría decirse de lo anterior que es la definición de una tradición disciplinar que alcanzó picos tanto en la arquitectura islámica como, en el Siglo XX, en la obra de Konstantin Melnikov, son la obsesión y el rigor con los que Scrimaglio trabaja lo que le confiere a su obra su valor. No solo por la singular capacidad y sensibilidad para la resolución de los temas que enfrenta, sino especialmente por encontrar en cada pequeño tema un modo de desarrollar un problema, que es el que finalmente va a resolver las demandas concretas de cada obra. Podría sostenerse que en el conjunto de la obra de Scrimaglio va creciendo en complejidad el desarrollo de estos modos de organización, simultáneamente geométricos y constructivos. Ya desde sus primeras obras muestra cómo la definición de un preciso sistema geométrico no deviene en mera abstracción al estar directamente determinado por la definición material de la obra. Tal es el caso de la Capilla del Espíritu Santo, donde Scrimaglio se auto-impone la restricción de trabajar con un solo material incluso de una única medida, (listones de pino de 50 mm. de lado de dos tonos distintos) y con este elemento resuelve situaciones de escala tan diversa como el altar, el coro, los sillones o un crucifijo. Todo con un orden geométrico tan obsesivo como totalizante, que confiere a la obra tanto unidad como extrañeza. Este modo de organizar los elementos demanda un sistema lógico que defina el carácter total de cada obra, ya que no es solo constructivo sino también espacial. Pero además debe decirse que esta unidad, que hace que el carácter de la obra esté determinado por el sistema organizativo que rige la disposición de todos los elementos constructivos, adquiere un especial sentido por la completa alteridad entre estas obras y el contexto en el que se desarrollan. Esto, que es evidente en las viviendas, -mayormente pequeñas y suburbanas- desarrolladas de cero o como ampliaciones de casas pre-existentes, no deja de verificarse incluso en la capilla citada. En esta obra, ante la demanda de adaptar como capilla a una pequeña habitación de una tradicional casa-chorizo del centro de Rosario, la respuesta de Scrimaglio fue construir un artefacto tan autónomo en su lógica interna como extraño a la construcción tradicional de la casa. El resultado final contrapone su lógica absoluta a un contexto doméstico (finalmente la casa chorizo no dejaba de ser una residencia de monjas).
Las circunstancias y el contexto en que se desarrolla una obra de arquitectura es determinante para su apreciación. Que prácticamente todas las obras de Scrimaglio estén proyectadas o construidas en la periferia de la ciudad de Rosario y que sus clientes –salvo en las obras encargadas por la Iglesia- sean pequeños comerciantes o artesanos con encargos mayormente domésticos o meramente utilitarios, les otorga un sentido que es inescindible de su programa estético. Porque no puede haber mayor distancia entre el extremo rigor que va alcanzado el sistema organizativo de sus proyectos con la labilidad de un entorno doméstico, informal y mutable como es el de nuestros suburbios (tanto en su realidad física como humana). La realidad profesional de Scrimaglio no puede separarse de este conflicto: el de un arquitecto cada vez más obsesionado con el sistema que rige sus obras que se enfrenta a un entorno -como el de la periferia- de creciente pauperización, tanto profesional como vital.
Y es este encuentro el que le otorga el máximo sentido a la obra de Jorge Scrimaglio: al recorrerla, uno siente estar frente a los edificios abandonados de una civilización perdida o inexistente. El extremo rigor constructivo y geométrico de las obras se encuentra con personas que lo habitan de manera casi incómoda. Las obras no parecen preocuparse de la realidad para la cual fueron construidas (tanto contextual, como humana). Uno ve en esos objetos extremos, obsesivos, tan distantes de la vida doméstica de sus habitantes, una presencia que impone su orden al caos. El sistema que rige las obras de Jorge Scrimaglio es tan evidente como preciso: se impone a su contexto, crea espacios de gran densidad en un contexto tan vacuo que se vuelven una porción de orden quimérico en el dominio de lo aleatorio.
Este choque entre su trabajo cada vez mas obsesivo y la realidad en la que pudo desarrollarlo incidió no solo en su temprano retiro (Scrimaglio prácticamente no trabajó en los últimos 25 años), sino también en su creciente radicalidad. Sus trabajos se van volviendo con el tiempo más cerrados sobre sí mismos, más obsesivos y a la vez más problemáticos. No pueden escindirse de esta visión los continuos conflictos en los que va entrando, tanto con los habitantes de sus obras ya construidas como con los de las obras futuras. Y no debe verse en esto una justificación psicológica.
No es casual, entonces, que hacia finales de los `80, rondando los 50 años de edad, Scrimaglio haya llevado su lógica al extremo: realizar una obra imposible de habitar. Porque no otra cosa es la casa Siri sino un objeto doméstico imposible. No hay manera de imaginar cómo podría esta ampliación de una pequeña casa de la periferia de Arroyo Seco (pueblo a la vez periférico de Rosario) haber desarrollado su domesticidad, convertirse en el lugar que una familia habitara. No parece casual no solo su no finalización, sino la total falta de resolución para el cierre de la construcción. Scrimaglio desarrolla en esta ampliación el extremo de su obra: los artefactos cada vez más cerrados sobre sí mismos que fue proyectando y construyendo a lo largo de los años encuentran en esta ampliación su logro máximo. Un sistema ortogonal y tridimensional a partir de ladrillos comunes que no distinguen paramento de cubierta y que se monta sobre una convencional casa-cajón de la manera más brutal posible. La lógica interna de la obra parece no reconocer nada que no sea parte de sí misma. Y quienes mejor lo entendieron fueron sus comitentes, haciéndolo manifiesto en cada rechazo a los visitantes que se acercaban a apreciar este singular artefacto (la propietaria de la fallida casa ampliada llegó a echarlos al grito de “¡salgan de aquí!, ¿ustedes saben lo que es vivir con este sombrero arriba?”). Nadie mejor que los propietarios de la casa podían entender la naturaleza de la obra: no había ninguna posibilidad de que esta ampliación fuera habitada. Y el que con los años le hayan encargado el desarrollo del equipamiento de la cocina y el comedor diario en la planta baja, abandonando por completo la ampliación iniciada, no es sino la aceptación tácita de esta imposibilidad.
No es casualidad que esta haya sido la última obra de Jorge Scrimaglio. Quizás tanto por el conflicto como por la imposibilidad de superar este extremo, no hubo otra obra singular en la vida profesional de este arquitecto.
Hoy podemos decir que la obsesividad de esta obra se completa con la tesis doctoral de Federico Pastorino, del cual este libro es un reflejo. La obsesión con la que reconstruyó el archivo de base de esta investigación, entrevistó a muchos de los participantes de la realización (autor, comitentes, constructores, etc.) y nos presenta críticamente, llevan luz a una obra injustamente poco conocida.
Rocas Negras, 23 de enero de 2017.
Comments