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  • Foto del escritorOscar Fuentes Arquitectos

El espejo imposible. Cambios urbanos y políticos en Medellín / The impossible mirror. Urban and political changes in Medellín

Actualizado: 11 abr

Por Oscar Fuentes


¿Qué pensarían los ciudadanos de la ciudad de Buenos Aires si un candidato planteara que, de vencer en las próximas elecciones, construiría un centro cultural equivalente al San Martín en medio de la villa 31? Y si ante el asombro, ampliara que en realidad no haría uno, sino 30, todos en medio de las principales villas de nuestra ciudad, ¿le creeríamos o simplemente lo veríamos como una estrategia más de campaña? Y si dijera que construiría parques, centros deportivos, bibliotecas, escuelas, viviendas, infraestructuras de transporte, etc. todo para los sectores más postergados de la ciudad y de gran calidad arquitectónica (dato no menor), con solo un 25% del presupuesto actual de nuestra ciudad, ¿aun creeríamos que nos habla en serio? Eso que parece una broma, es lo que podemos encontrar viendo la realidad actual de Medellín.


Las dos ciudades tienen casi la misma población: 2.636.000 son los habitantes de Medellín contra los 2.890.000 de Buenos Aires. Las diferencias, en cambio, son todas ventajosas para nuestra ciudad. Difieren en su extensión (380 km2 para Medellín contra los 202 km2 de Buenos Aires) y en su presupuesto (1.800 millones de dólares para Medellín contra los 7.400 de Buenos Aires). Y además la población ha evolucionado de manera mucho más compleja en Medellín, ya que en 1951 era de 358.000 habitantes, mientras que Buenos Aires tenía en ese año prácticamente la misma población que hoy.


La imagen de ambas ciudades no podía, hasta hace pocos años, ser más disímil. Extrema violencia y descontrol para Medellín contra la imagen de ciudad segura e integrada de Buenos Aires. La comparación excede a un gobierno. Sería igual de absurda con cualquier gestión municipal en los últimos 60 años. Medellín, una ciudad colombiana famosa hasta no hace mucho por su violencia infinita (recordemos el libro de Fernando Vallejo y posterior film de Barbet Schroeder, La virgen de los sicarios) muestra la potencialidad que tienen las ciudades cuando el Estado decide un curso de acción y pone todos sus recursos en línea para mejorar la vida de sus habitantes.


La violencia que caracterizó a Medellín durante los años ‘80 y ‘90 dejó sus marcas. Las distintas clases sociales viven totalmente separadas y aisladas (incluso se llega al punto de que la boleta de impuestos marca con una categorización estigmatizante el nivel de ingresos de quien la recibe). Los sectores más ricos se amurallaron, literalmente, y así han quedado hasta hoy. En sus barrios no existen las veredas. Nadie puede salir caminando de su casa. Todo paso individual está marcado por el control de la seguridad privada de cada casa o edificio. Por otro lado, los barrios pobres también se habían cerrado, pero aquí no por decisión de sus habitantes, sino por el hecho de que las bandas narcos, que se refugiaban en ellos, no permitían que nadie entrara ni saliera, para mantener así el control de su territorio, todo ayudado por la geografía: estos barrios se levantan mayormente en las laderas de los cerros que rodean el valle del Río Medellín, verdadero eje de desarrollo de la ciudad.


El espacio público era escenario de crímenes constantes (los niveles de asesinatos eran solo comparables con los de una guerra civil), cuando no de literales batallas entre bandas, con lo cual también se hallaba cercado. Todo parque o plaza estaba enrejado y era evitado -en la medida de lo posible- por los habitantes de la ciudad.


El cambio en Medellín comenzó con el acceso al gobierno de Sergio Fajardo en 2004 -un independiente del aparato político de los dos partidos mayoritarios- que cambió el paradigma de acción. Este matemático -hijo de un arquitecto, como a él mismo le gusta recalcar- propuso cambiar radicalmente la lógica con la que actuaba el Estado. Entendió que éste no podía replicar la misma lógica social de desconfianza, y comenzó a trabajar en los sectores más pobres de la ciudad, que era donde anidaba la peor violencia. Lo hizo con grandes obras de infraestructura, para integrar estos barrios al resto de la ciudad. Entre ellas, el Metrocable -un telesférico de varios kilómetros, que sube los cerros hacia las barriadas más alejadas- es el más impactante, pero solo uno de un sistema verdaderamente integrado. Esto permitió mejorar las condiciones de accesibilidad a estos barrios (cortados hasta ese momento por el control narco). Comenzó además a construir espacios públicos, que es donde se ve la acción más potente de esta verdadera política de Estado: abrir la ciudad donde estaba cerrada. Los parques y plazas, que además de peligrosos eran de difícil acceso, debido al típico urbanismo de autopistas de los años ’50 (planificación de la que había participado Josep Lluis Sert), fueron abiertos, mejorados en su acceso y, rediseñados con proyectos de gran calidad. En ellos se planificó especialmente una oferta de actividades culturales a los que los sectores de menores ingresos antes no podían acceder. Ir de noche al Parque de los Deseos -hace pocos años el más peligroso parque de la ciudad-, para ver una película proyectada al aire libre, se convirtió en una salida tanto de los vecinos de este sector pobre de la ciudad, como de cualquier otro habitante de Medellín que quiera ir.


La construcción de escuelas y bibliotecas -que son en realidad verdaderos centros culturales abiertos a la comunidad-, en medio de las barriadas más pobres y peligrosas, quebró la desconfianza que los sectores populares tenían ante el Estado. Es remarcable el lugar que ocupó el diseño de los edificios para mejorar esta situación. Escuelas atravesadas por calles para que los padres de los niños puedan verlos en plena clase, organización de los edificios para que estos mismos padres puedan, durante la noche, usar los laboratorios como talleres de oficios o el aula Magna como sala de espectáculos del barrio. Todo con una construcción de gran calidad, con proyectos llevados adelante por los más talentosos y activos arquitectos de la ciudad (entre los que se destacan las obras de Felipe Uribe de Bedout y Giancarlo Mazzanti), que hizo decir a un funcionario: “Somos la Antigua Grecia, lo público debe ser mejor que lo privado”.


Y todos, fundamentalmente, son realizados con una participación activa de los ciudadanos de Medellín. Esta vocación por la participación ciudadana debió vencer la incredulidad de los sectores históricamente más postergados. En las primeras reuniones, de hecho, cuando los funcionarios presentaban sus planes, eran agredidos por quienes se creían burlados. Esto muestra que lo primero que se abandonó para llevar adelante estas políticas fue el paternalismo, pero también sirve para verificar que no alcanza con la participación misma para poder producir un cambio social, sino que el cambio se da especialmente por la dirección que le imprime el Estado a todas sus acciones. De lo que se trata es de permitir el acceso de todos los habitantes de la ciudad a la mejor calidad de vida que ésta puede ofrecer. La paradoja es que hay sectores ricos que consideran que hoy la educación pública es mejor que la privada, y se quejan de que la fragmentación en la que se auto-sumergieron les juega en contra: los mejores colegios ahora están en los barrios pobres, de dificilísimo acceso geográfico para ellos.


Este verdadero proyecto inclusivo ha generado una inmigración desde otras ciudades, con lo cual se está llevando adelante un plan director de desarrollo con los municipios que rodean a la ciudad para solucionar este nuevo problema.


Pero lo que más sorprende del Medellín de hoy es la velocidad con la que se ha operado el cambio. Como los habitantes de la ciudad y las condiciones materiales son los mismos que en los ‘90, lo que se ve es el poder de la política para operar, con potencia inusitada, los cambios. Solo la política puede poner en línea fuerzas de la comunidad que casi nadie -salvo el grupo de políticos y funcionarios que llevaron adelante estas acciones- creía que existían. Y especialmente cuando las políticas de un gobierno se convierten en políticas de Estado: Medellín –que, como toda ciudad y departamento de Colombia, no tiene reelección- continuó estas políticas después de que Fajardo fuera reemplazado por el periodista Alonso Salazar en 2008 y éste, por Aníbal Gaviria en 2012.


Este exitoso proyecto de inclusión urbana -como todo proyecto de inclusión- deberá ahora encontrar el modo de resolver las nuevas demandas que necesariamente sobrevendrán, porque ninguna sociedad, cuando vive cambios de esta magnitud, se resigna a volver atrás en sus logros.


El espejo que es Medellín para las grandes ciudades argentinas -lo que ya se dijo de Buenos Aires vale para la sobrevalorada gestión socialista de Rosario o para el “cordobesismo” de Córdoba- se vuelve imposible, en la medida en que el gobierno de cada una ellas, por tratarse de grandes ciudades -y grandes ciudades en las que la clase media es mayoría- parece solo gobernar para sus electores.


Lecturas.


​*En Otra parte, número 26, invierno 2012, pp 44-45.



***



What would the citizens of the city in Buenos Aires think if a candidate suggests, upon a winning in the next elections, to build a cultural center equivalent to San Martín in the middle of “villa 31” (shanty town)? And if upon surprise he states that in fact not only one would be built, but 30, all of them in the middle of the main shanty towns of our city, would we believe him or simply see that as a campaign-inherent strategy? And should he promise to build parks, sports centers, libraries, schools, housings, transportation infrastructures, etc. All for the most unfavorable sectors of the city which have a great architectural quality (not an insignificant datum), with only 25% of the current budget in our city, shall we even believe that he is seriously talking? That seems to be a joke, according to the current reality in Medellín.

 

Both cities have almost the same population: 2,636,000 are the inhabitants in Medellín against the 2,890,000 in Buenos Aires. Otherwise, the differences are all beneficial to our city. Their extension differs (380 km2 for Medellín against 202 km2 for Buenos Aires) and its budget also differs (1,800 million dollars for Medellín against 7,400 in Buenos Aires.) In addition, the population has evolved in a much more complex in Medellín, as in 1951 there were 358,000 inhabitants, while in Buenos Aires the population in that year was almost the same that today’s.

 

The image of both cities could not, till a few years ago, be more different. Extreme violence and chaos for Medellín against the image of a secure and integrated image in Buenos Aires. The comparison exceeds any government. It would be equally absurd with any municipal management for the last 60 years. Medellín, a Colombian city which has been not until recently known by its infinite violence (let’s remember the book of Fernando Vallejo and subsequent film by Barbet Schroeder, “La virgen de los sicarios”) shows the potentiality cities have when the State decides a course of action and lays all its resources in order to improve the life of its inhabitants.

 

The violence typical of Medellín during the eighties and nineties left its marks. The different social classes live fully separated and isolated (even the tax voucher indicates with a stigmatizing categorization the level of income of who receives it.) The richest sectors have literally fortified and have left as such till today. There are no paths in their neighborhoods. Nobody can go out walking their home. Every individual step is marked by the control of the private security of each house or building. On the other hand, poor neighborhoods have also closed, but in this case not because of their inhabitants’ decision, but for the fact that the drug dealer groups which were sheltered therein, did not allow anyone to come in or out, in order to keep control of their territory, to which the geography has contributed: these neighborhoods mostly rise on the slopes of hills surrounding the Medellín River valley, true development axis of the city.

 

The public space was the scenario of constant crimes (the levels of murders were only comparable to those of a civil war), if not literal battles among groups, as a result of which it was also fenced. Every park or square was grilled and was not visited –if possible- by the city inhabitants.

 

The change in Medellín started with the access to the government of Sergio Fajardo in 2004 –an independent politician from the two majority parties- which changed the action paradigm. This mathematician –son of an architect, as he himself likes to highlight- suggested to dramatically change the logics with which the State acted. He understood that it could not replicate the same social logic of distrust, and started to work in the poorest sectors of the city, where the worst violence took place. He did that with large infrastructure works, to integrate these neighbors to the rest of the city. Among them, the Metrocable –a cablecar of several kilometers, which goes up the hills towards the farthest neighbors- is the most impressive one, but only one of a truly integrated system. This allowed improving the conditions of accessibility to these neighbors (not allowed till then by the drug dealers’ control.) In addition, it started to build public spaces, where the most powerful action of this true politics of the State is perceived: open the city where it was closed. The parks and squares, which apart from being dangerous had difficult access, due to the typical urbanism of highways of the fifties (planning in which Josep Lluis Sert has participated), were opened, improved as regards their access, and redesigned by great quality projects. An offer of cultural activities to which minor income sectors could not access before was especially planned therein. Visiting the Parque de los Deseos –till a few years ago the most dangerous park in the city-, to see a movie projected outdoors turned into an exit both of neighbors of this poor sector in the city and any other inhabitant of Medellín intending to go.

 

The building of schools and libraries –which are in fact true cultural centers open to the community-, in the middle of the poorest and most dangerous neighborhoods, broke the mistrust of the popular sectors they had with respect to the State- The place occupied by the design of buildings to improve this situation is remarkable. Schools crossed by streets so that the kids’ parents may see them in full class, organization of buildings so that those same parents may, during the night, use the labs as profession workshops or the Magna room as the neighbor show room. All including a great quality construction, with projects carried out by the most talented and active architects of the city (from which the works of Felipe Uribe de Bedout and Giancarlo Mazzanti stand out), which led an officer to state: “We are the Old Greece, the public should be better than the private.”

 

And all of them are essentially carried out with an active participation of Medellín citizens. This vocation for the citizenship participation should overcome the incredulity of the most unfavored sectors in historic terms. At the first meetings, in fact when officers showed their plans were attacked by whom they believed were evaded. This shows that the first thing that was abandoned to carry out these policies was paternalism, but it is also intended to verify that the participation itself is not enough to be able to produce a social change, but instead the change is especially based on the direction indicated by the State to all its actions. It is about allowing the access to all inhabitants of the city to the best life quality it might offer. The paradox is that there are rich sectors which consider that the public education is currently better than the private one, and they complain about the fact that they fragmentation wherein they immerse themselves is against them: The best schools are now in the poor neighbors, of a very much difficult geographical access thereto.

 

This true inclusive project has caused immigration from other cities, with which a directing plan of development is being carried out with the municipalities surrounding the city to settle this new problem.

 

But what most surprises about the current Medellín is the speed under which the change has been conducted. As the city’s inhabitants and the material conditions are the same than in the nineties, the power of the politics to operate, with an unusual power, the changes is perceived. Only the politics may order the community’s forces which almost nobody –except for the group of politicians and officers which took these actions forward- believed they existed. And especially when the policies of a government are turned into State policies: Medellín –which, as any city and department in Colombia, has no re-election- continued these policies after which Fajardo was replaced by the journalist Alonso Salazar in 2008 and afterwards by Aníbal Gaviria in 2012.

 

This successful urban inclusion project –as any inclusion project- shall find now the manner to settle the new demands which shall necessarily come afterwards, because no society, against changes of this relevance, resigns to go back concerning its achievements.

 

The mirror that is Medellín for the large Argentine cities –what has been said about Buenos Aires applies to the over-valued socialist management of Rosario or for the “cordobesism” in Córdoba- becomes impossible, to the extent that the government in each of them, as they are large cities –and large cities where the medium class is majority- which seem only to govern for their electors.

 

Readings:



Translated by Josefina Lasheras

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