Por Oscar Fuentes
Para el año 1921, Adolf Loos ya era una figura central en el debate por la reflexión de qué caminos debían seguir los arquitectos. Lo que había comenzado por una crisis del modelo historicista -con sus limitaciones programáticas y su centralidad en lo estilístico- (a lo que se le sumó la conciencia de las nuevas necesidades de vivienda que generaron las migraciones del campo a la ciudad, producidas por la mejora en las posibilidades que ofrecían las industrias a las hambreadas masas campesinas) culminó en una serie de debates, cruces y enfrentamientos, que encontraron en Adolf Loos a su mejor intérprete.
Porque si primero se enfrentó a quienes creían que la única renovación necesaria era formal, (es decir a aquellos para los que el único cambio necesario era pasar de una inspiración formal a partir de la historia de la arquitectura a otra a partir de la naturaleza, un cambio representado en cada país europeo por un distinto movimiento: Art Nouveau, Liberty, Jugendstil, Modernismo y finalmente en Viena por la Sezession: Olbrich, Hoffman entre otros), Loos pronto se sumó al conjunto de personas -médicos sanitaristas, políticos, periodistas, etc.- que luchaban por mejoras en las condiciones de vida de los habitantes de las crecientes ciudades europeas. Luchas en las que los arquitectos de estos movimientos no se consideraban comprometidos, ya que esos problemas no formaban parte de su mundo: centrados en los problemas de representación y carácter, esos problemas formaban parte de otro mundo. Otro mundo que se les vino encima con la emergencia generada por la Primera Guerra Mundial. Y ni que hablar en el derrotado Imperio Austrohúngaro. La caída fue estrepitosa y ya nada volvería a ser lo mismo.
La realidad política cambió radicalmente, primero con el fin de la monarquía de los Habsburgo y luego con el triunfo en las elecciones municipales vienesas de la izquierda: comenzaba la llamada Viena Roja, en la que Adolf Loos no solo podría llevar adelante algunas de sus ideas, sino que además sería funcionario del gobierno (llegaría a ser arquitecto jefe del ayuntamiento).
La nueva realidad política vienesa centraría su atención en la resolución de los problemas a los que se veían sometidas las ciudades europeas, producidos especialmente por el crecimiento acelerado que generaba condiciones de hacinamiento e insalubridad de sus nuevos habitantes. Y la respuesta fue el abandono de la pompa que caracterizaba la Viena de los Habsburgo. El gobierno socialista se centraría en el desarrollo no solo de planes de vivienda, sino además de toda la infraestructura necesaria para brindar condiciones de urbanidad a los conjuntos que por disponibilidad de tierras se proyectaban en las afueras de la ciudad. La solución de los Hof, grandes conjuntos de vivienda que incluían equipamiento como lavandería y jardín de infantes (lo que mostraba la inclusión de la mujer al mercado laboral), salas de reunión, gimnasio, biblioteca, etc., a los que se accedía por líneas de ferrocarril especialmente construidas para conectarlos con el centro de la ciudad, fue la más famosa y virtuosa de las soluciones. Pero la realidad económica y la aceleración de los reclamos hacían que no alcanzara. La tierra se volvía más cara, los recursos escaseaban, los reclamos crecían.
Esta realidad, que afectaba a toda Europa, generaría las condiciones materiales que forzarían los debates arquitectónicos iniciados hacia fines del Siglo XIX. La nueva realidad permitiría discutir qué desarrollo debería seguir la arquitectura en el nuevo mundo que se avecinaba, donde las masas desclasadas debería ser tenidas en cuenta y los arquitectos asumirían un nuevo rol en la nueva realidad, realidad para la que de hecho, la reciente Revolución Rusa funcionaría como motor (pronto se sabría que no en un único sentido).
Y estos debates arquitectónicos entendieron prontamente que a esta nueva realidad material debía encontrársele una nueva realidad simbólica, y entonces el debate sobre el lugar del carácter que debía tener la nueva arquitectura abandono toda referencia estilística tanto hacia la historia como hacia la naturaleza, para comenzar a buscar referencia en otros mundos. De hecho los debates comenzaron a discutir si la nueva arquitectura debía seguir teniendo alguna vocación artística (el debate entre Karel Teige y Le Corbusier al respecto es revelador), si el arquitecto no debería fundirse en las nuevas estructuras productivas como un técnico que trabajara para mejorar las condiciones de las nuevas ciudades, más que como una persona que cruzaba un saber técnico con una vocación estética. Los debates recrudecían y en ese contexto Loos realiza una acción que si bien podía ser vista como parte de esta tendencia citada, en realidad entronca con muchos de sus escritos que trataban de encontrar el lugar exacto que la arquitectura tenía en el desarrollo de las nuevas ciudades, pensando fundamentalmente las relaciones entre cualidad y cantidad.
Loos presenta una patente para el desarrollo de una casa a la que llama “Casa de un solo muro”. Se trata en realidad de un proyecto de una construcción que, a partir de un muro inicial (remarcando la distinción entre muro y tabique), cada nueva casa (o construcción utilitaria, como señala en el texto adjunto a la solicitud de patente) nacería a partir de la construcción de un nuevo y único muro. Todo el resto (cierre frontal, entrepiso, cubierta) sería de fácil ejecución y por ende secundario. La casa estaría ya en ese único muro.
Y la palabra que sorprende en el texto que presenta como solicitud de la patente es la palabra con la que define al objeto de su presentación: invento. Loos no ve al proyecto de esta casa como una creación (lo que la pondría en el mundo de las artes), sino como un invento, lo que la coloca en el mundo de la industria. Y este es el mundo en el que Loos coloca al problema de la vivienda. La vivienda ya no sería un problema artístico (o un problema de la cualidad), sino que es un problema industrial (o sea un problema de la cantidad). Los arquitectos -nos dice Loos con esta acción- deberían dejar de pensar las viviendas como un problema del arte para pasar a pensarlo como un problema de la industria. Y podemos considerar la acción de presentar una patente como una acción de provocación intelectual ya que nada en él indicaba vocación de lucrar con este instrumento de propiedad, solo la veía como una idea para resolver un problema acuciante y cometer una acción que sería vista en el ámbito intelectual europeo como lo que era: una provocación (tan audaz como su aserción de que había logrado el título de arquitecto del que carecía, cuando le llegara una orden policial en contra de una de sus obras, por considerarla indigna de ser construida en el centro de Viena).
Pero no debe entenderse provocación como mera busca del escándalo, sino como una vocación de llevar adelante una acción que demuestre de la manera más flagrante la situación de un debate. Para ese momento cada obra, escrito y proyecto de Loos era visto como una manera extrema de plantear los términos del debate y pronto se fue gestando un consenso que incluiría su posición solo de una manera parcial.
Adolf Loos seguiría discutiendo cada acción ya no de los Secesionistas, sino del naciente Movimiento Moderno (su crítica al Weissenhof fue la mas dura de estas acciones) y pronto la radicalidad de sus ideas se fue con él. Su muerte coincidiría con la caída del socialismo en Viena y con el ascenso de Hitler. Pronto la realidad de la arquitectura y del planeta entero cambiaría para siempre.
Hoy podemos ver sus ideas sobre el problema de la vivienda para los sectores más pobres como muy actuales. La vivienda sigue siendo -como planteaba Loos hace 90 años- un tema de la cantidad y no sólo de la cualidad.
*En Revista 1:100 número 43, marzo 2013, pp 74-79.
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