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Foto del escritorOscar Fuentes Arquitectos

Av. del Libertador 222

Por Revista Summa+



Este es un caso de reciclaje sobre un edificio cuyo valor patrimonial no parece tan obvio, porque es un edificio relativamente reciente, porque su arquitectura se adscribe más bien al “racionalismo” de los años 40 –de hecho algún edificio de Vilar en la misma Avenida ostenta el motivo de las columnas “aporticadas”-, y porque era el resultado de sucesivas ampliaciones. Pero el verdadero valor del edificio radica en conformar un entorno singular: el frente urbano de Buenos Aires, que con una extensión de varios kilómetros, se extiende desde San Telmo hasta la Recoleta con su recova característica y edificación continua. Este reciclaje es significativo, pues es el opuesto de la actitud que fomentó la destrucción de este patrimonio urbano, cuando el Municipio promovió, desde los años 70 y 80 en el mismo lugar (entre Suipacha y Cerrito) la construcción de torres exentas en sustitución de la edificación continua. Sumado a la irresponsable extensión de la Av. 9 de Julio, esto produjo una herida descomunal a la ciudad, que ciertamente no sanará con una autopista elevada como venda.


Esta acertada intervención suma tres pisos a los que el edificio ya tenía, agrega un nuevo ascensor vidriado que recorre el patio “de aire y luz”, y saca provecho del retiro del octavo piso para un balcón terraza de hierro y madera. La arquitectura del hall de planta baja da sentido a una acumulación de columnas provenientes de las distintas ampliaciones, explotando estéticamente el contraste entre distintos materiales: la piedra Paris, el cemento alisado, el acero o el granito.


El lenguaje de vanguardia y los materiales adoptados, demuestran que el respeto del patrimonio urbano corre por otros carriles que los estilísticos o los miméticos: es poco lo que este pequeño edificio puede agregar a una composición urbana de una escala tal como la del frente urbano, pero es mucho el daño que le evitan sus aciertos, más si se piensa en las intervenciones vecinas ya comentadas.


Posiblemente en estos reciclajes y en otros también actuales, como los del Palacio Alcorta (summa+ 9) o los docks de Puerto Madero (summa+ 11), las estrategias a las que antes me referí se superponen o se alternan en la misma obra.


El desafío consiste en todo caso, en encontrar la más apropiada para cada circunstancia. Y en saber aprovechar una visión de nuestro patrimonio construido que cada vez más (y no sólo desde la profesión), es visto como un activo que no es exclusivamente cultural, sino también económico. En la medida en que se extiende la noción de que la arquitectura del pasado tiene un valor para el presente se abren nuevas posibilidades de conservarlo. Esto vale tanto para el edificio (los bancos ya se han caracterizado por explotar las connotaciones de confiabilidad propias de los edificios antiguos bien mantenidos) como para los entornos urbanos (allí la industria del turismo debiera ser la primera interesada). Cada propietario y cada ciudad deberá aprender a sacar provecho de la porción de pasado que le ha tocado, como ciertamente ya lo está haciendo la ciudad de Colonia en el Uruguay con el éxito turístico de su casco antiguo.


El presente es continuación del pasado, parece lógico entonces, sumar en vez de restar.



*En Revista Summa+ número 12, 1995.














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