Por Oscar Fuentes
La obra de Francisco Salamone ha encontrado, más de medio siglo después de construida, un reconocimiento que no tuvo en el momento debido. Su pelea con la Sociedad Central de Arquitectos a partir de una denuncia suya por fraude en un concurso público organizado por la entidad le significó un ostracismo y falta de reconocimiento que tardó mucho en comenzar a saldarse. Recordemos, a propósito de esto, que la principal revista de arquitectura (que justamente lleva ese nombre) era editada por la SCA, lo cual generó que por muchos años nadie -fuera de los habitantes y ocasionales huéspedes de las ciudades donde construyó- conociera las obras llevadas adelante entre los años 1936-1940 en el centro-sur de la provincia de Buenos Aires. Y si 50 años de inmerecido ostracismo es un fracaso ostensible, mucho peor es ser posteriormente reconocido por las razones equivocadas. Porque FS comenzó desde hace cerca de veinte años a ser muy valorado en un medio muy amplio de artistas, intelectuales y público general (y no tanto por los arquitectos, que no saben mucho que hacer con el), sin que unos ni otros hagan una valoración de los logros específicos de su trabajo. La espectacularidad de algunas de sus obras ha llevado a una fascinación con los aspectos más epidérmicos de su arquitectura.
Lo primero que sorprende de las obras de FS es la velocidad y calidad con la que fueron proyectadas y construidas. Cualquier arquitecto sabe que proyectar, dirigir y construir varias decenas de obras de muy distinto carácter y con diferentes empresas constructoras, a centenares de kilómetros de distancia una de otra en un muy corto tiempo, es algo muy difícil en tiempos de la comunicación digital, ni hablar de 70 años atrás, en zonas con comunicaciones y caminos precarios o inexistentes. Y especialmente sorprende la calidad de construcción aun en los detalles más complejos. Obras donde se ha diseñado cada lámpara (sin que se repitan en los diferentes edificios), los muebles de las salas de Concejos y los detalles más elaborados de su particular imaginería, requieren una documentación precisa, elaborada y exhaustiva. La desaparición de su archivo y el desinterés de sus admiradores por los aspectos más materiales de su producción, hace que sobre este aspecto de su obra no haya más que comentarios adjetivados.
Pero si de adjetivados hablamos, los aspectos formales de su obra son los que han generado más comentarios desde su valoración tardía (y no corresponde hablar de revaloración, habida cuenta de que no parece haber sido muy reconocido en su momento). Los aspectos lingüísticos de la obra de FS son los que le garantizan su público actual. Una sorprendente conjunción de diferentes vocabularios que seguían líneas arquitectónicas o artísticas europeas -art-deco, futurismo, expresionismo- o recursos como el uso de grandes letras en su fachada se superponen sin mayor digestión. Porque si mucho se ignora sobre FS, algo se sabe concretamente sobre él (se conocen algunos de sus dibujos y caricaturas que muestran la habilidad que se refleja en sus obras): era lo que Adolf Loos despectivamente llamaba un “mano rápida”, o lo que en el medio local se llama “buen diseñador”. Alguien con capacidad para copiar vocabularios ajenos con poca reflexión sobre su sentido, y donde el mayor logro posible sería apropiárselo, o sea obtener una obra propia con esos elementos tan extraños como ajenos.
FS logró con estos recursos –además de su evidente capacidad técnica y logística- una obra despareja pero con algunos picos notables. Despareja por que hay diferencias notables de calidad entre sus obras, no tanto vistas individualmente, como en conjunto. Porque FS -que hay que decirlo, todas las obras son obras públicas para municipios del interior bonaerense- construyó en cantidad municipalidades, plazas, cementerios y mataderos con evidentes diferencias en el dominio de unas y otras.
Las plazas muestran su fantasía de diseño casi sin límite, como un conjunto de formas exageradas. Bancos, fuentes, lámparas, etc. tienen un diseño siempre distinto, sin evidente control ni sentido. No en vano la más ambiciosa de sus plazas, la de Balcarce, fue rápidamente demolida por pedido de los vecinos.
Los mataderos muestran un funcionalismo singular: la forma de sus plantas está totalmente originada en el movimiento curvilíneo de las guías para transportar reses . Esto genera sus recurrentes formas circulares, unidas en un conjunto que se complementa con torres y carteles en grandes tipografías volumétricas realizadas en hormigón armado. Las obras manifiestan claramente el interés del Estado en aparecer en las ciudades y pueblos de la llanura pampeana.
Pero donde el Estado se manifiesta en toda su potencia es en las municipalidades. Porque aquí FS muestra su mayor recurrencia.
Todas se ubican frente o incluso dentro de las plazas de cada ciudad, siempre intentan opacar a la omnipresente iglesia, tanto en la altura de sus torres (que siempre superan a la de las iglesias: desde la pampa cercana debe verse la supremacía del Estado sobre la iglesia) como en el caso extremo de Pellegrini, donde el edificio de la municipalidad literalmente tapa la iglesia, ya que desde la frontalidad del ingreso a la ciudad, el edificio se ubica delante de la iglesia, dándole la espalda y cortándole su perspectiva principal.
Las municipalidades construidas por FS siempre tienen la misma estructura tipológica: un ingreso central, tras el que se disponen dos alas simétricas (que alojan siempre las actividades burocráticas del municipio), detrás, la escalera, cerrando la perspectiva para acceder al piso superior donde se alojan la intendencia y el concejo deliberante. Y sobre este ingreso, la torre, monumental y preponderante, el elemento más característico de estos edificios y donde se concentra toda la carga formal. Es tal la obsesión para sostener esta estructura arquitectónica que, cuando el terreno del que dispone es en esquina, al quedar ante la disyuntiva de sostener la frontalidad frente la plaza a costa de variar la organización en planta, elige sostener esta última. Así genera la contradicción de hacer un gran esfuerzo simbólico y formal, para orientarlo hacia un lateral de la plaza, y a veces, como en Gonzales Chaves, orientando el frente del edificio hacia fuera de la plaza, contradicción flagrante con el esfuerzo hecho por superar a la iglesia, que por supuesto jamás comete ese sacrilegio.
Pero donde FS muestra su mayor originalidad es en los cementerios. En estos –salvo por un Cristo recurrente: había que amortizar el complejo encofrado- no hay repetición, cada uno de ellos es una obra poderosa y singular.
El cementerio de Azul, exhibe además de un Ángel Exterminador, grandes tipografías con la sigla R.I.P. Detalles art-decó superpuestos a detalles expresionistas muestran un conjunto único, que sorprende ver hoy, al lado de los domésticos bordes de la ciudad. Jamás las casas que se le enfrenten opacarán el carácter del portal de este santuario de los muertos.
El cementerio de Coronel Pringles prescinde de tipografías pero un conjunto de formas abstractas –conos, paralelepípedos- organizados alrededor de una descomunal cruz sigue hoy dominando el campo circundante a la ciudad. Abundan las historias sobre el rechazo que este portal monumental tuvo en la ciudad, pero ¿qué sentido tiene acusar de excesivamente retórica a esta obra cuando uno ve las bóvedas existentes en el cementerio en el momento de la construcción? ¿Por qué el lenguaje historicista sería más aceptable que los nuevos vocabularios? Esto habla de falta de comprensión antes que de error del arquitecto. Toda su obra es un intento de construir un lenguaje público nuevo que desplace al historicista vigente al momento.
Pero donde su audacia lingüística llega al máximo es en el portal del cementerio de Saldungaray. Aquí un descomunal círculo soporta una serie de rayos que confluyen detrás de una gran cruz, con una insólita cabeza de Cristo superpuesta del modo más notable. No hay ninguna transición ni inflexión entre los elementos, que se yuxtaponen de la manera más brutal.
Todas estas búsquedas y heterodoxias son las que generan los mayores equívocos entre sus actuales exégetas. Los legos se fascinan por sus formas exageradas, mientras que los historiadores profesionales se desesperan por encontrar la influencia más estrafalaria. Al no tener archivo ni memorias, nada podemos saber acerca de qué miró el omnívoro FS. Todo lo que pueda decirse al respecto es una especulación de académicos. Pero lo que es innegable es que el injusto ostracismo al que fue sometido lo privó de ocupar un lugar en los necesarios debates sobre cuál debía ser el carácter de la arquitectura pública al abandonar los recurrentes historicismos. FS enfrentó de manera renovadora un modo de producción que se había vuelto vacío pero que habría de durar aun algún tiempo. Su audacia en el uso de lenguajes novedosos (al menos en Argentina) en edificios públicos era casi única en el mundo por esos años. Y quienes aun quieren opacar su figura por haber hecho sus obras durante el gobierno del filo-fascista Fresco, deberían saber que lo que FS desarrolló fue un innovador sistema de producción y gestión, y que no hay prueba de ningún tipo que relacione personalmente a FS con Fresco.
Hoy, como en la década del ’30, la cultura arquitectónica sigue teniendo vicios e injusticias. FS y su obra siguen esperando su más justa valoración, más allá de las mistificaciones de los oportunistas.
*En Revista 1:100 número 31, marzo 2011, pp 68-71.
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