Por Oscar Fuentes
La cultura arquitectónica, históricamente, se ha ido construyendo a partir de tratados, obras maestras, o soluciones ejemplares a problemas tipo, que en general se irradian desde centros de producción, que lo son por concentración de recursos u ocasional concentración de talentos (cuando no ambas a la vez). Mayormente estos centros son centros de poder político o económico, que, o enfrentan por primera vez ciertos problemas por estar adelantados a determinadas problemáticas, o simplemente cuentan con los medios de difusión suficientes (en cantidad y prestigio) para proponer soluciones que son convertidas en canónicas por cierto conjunto de arquitectos durante un tiempo determinado, en el cual, estas soluciones canónicas -supuestamente- funcionan, en los múltiples aspectos que se espere de ellas.
Y puede decirse que la cultura arquitectónica funciona en este único sentido, donde muchos parecen estar dispuestos a estudiar y comprender lo que estos centros de producción irradian, y no tanto para aprender las lecciones que las mal llamadas culturas periféricas tienen para darnos. Se podrá dar muchos ejemplos de cómo estas son estudiadas y aceptadas, pero generalmente lo serán cuando estas expresen algún folklorismo. De ciertas culturas solo se esperan obras que refieran a localismos, donde lo único que les espera si se atreven con los temas desarrollados en las culturas centrales, es el más absoluto desdén.
Y debemos reconocer que algunas veces las lecciones llegan desde algunas arquitecturas que comprendieron mejor ciertos desarrollos que las culturas que lo originaron. Quizá este sea el caso del Mercado Gülüstan, proyectado y construido en Ashgabat, Turkmenistán por el arquitecto ruso Vasili Vysotin (1, 2). Esta obra, cuyo principal valor no es la originalidad, ya que es claramente subsidiaria del Palazzo del Lavoro de Nervi (3, 4), tiene el valor de retomar las ideas desarrolladas por Nervi sin caer en el homenaje, y podemos decir que caer en este tipo de operación postmoderna (de la que hemos visto unas cuantas en los últimos años en nuestro país) es lo último a lo que aspira esta obra.
Lo que comparten el mercado de Vysotin y el edificio para ferias de Nervi es su definición material: un conjunto de estructuras de columna central con cubierta cuadrada, organizadas paralelamente y colocadas una junto a otra sin llegar a estar unidas. El precio que se paga por no explotar la continuidad estructural es aprovechado al aumentar la levedad de la cubierta, además de mejorar la iluminación interior. Lo que en la estructura de Nervi se valora por el ajuste proporcional y precisión de la cubierta (que es metálica a diferencia de la columna central de hormigón), en la obra de Vysotin (totalmente en hormigón armado) se valora por el uso: un mercado popular abierto, casi una plaza pública.
Difícilmente este tipo de estructura encuentre un mejor sentido para su uso, y allí radica el valor de esta obra: en encontrar en el tipo de espacio creado, el perfecto sentido para esta estructura. Sentido que expresa los valores más profundos del Movimiento Moderno. Este trató de crear una arquitectura democrática, que eluda los valores elitistas que la arquitectura había tenido a lo largo de la historia, una arquitectura que expresara simbólicamente los cambios que las nuevas sociedades de masas reclamaban y que explotara las posibilidades técnicas de los nuevos materiales y técnicas constructivas para desarrollar un nuevo estilo público que reemplazara a los anteriores, sobrecargados de sentidos tan elitistas como caducos.
El rigor de este tipo de estructura, encuentra en esta verdadera plaza pública de Ashgabat su máximo sentido: su gran escala, producto de la lógica estructural utilizada, no obedece a ninguna operación retórica y sin embargo define con claridad el tipo y carácter del espacio público que construye. La partición de su cubierta responde tanto a las necesidades estructurales de desarrollar elementos de máxima inercia y de reducir las secciones de los elementos más alejados del apoyo para reducir así los momentos flectores de trabajo, como al tipo de articulación de los planos que toda la arquitectura pública musulmana desarrolla.
Lo que en la obra de Nervi se gana por definición plástica (ver en ese sentido el uso de colores oscuros para la definición interior de la cubierta para maximizar el efecto dramático de la luz en las cesuras), en la obra de Vysotin se define por el carácter público que tiene este espacio y que le confiere su lógica. Ver el modo en que los habitantes de esta ciudad asiática hacen explotar este espacio de color y vitalidad (5), nos hace ver lo que la arquitectura moderna pudo ser y apenas consiguió. Y mucho más cuando vemos las imágenes del Palazzo del Lavoro tanto en su destino actual como en su futuro cercano. Al abandono que ostenta actualmente, constituyéndolo en una de las ruinas modernas más esplendentes, se nos abre un futuro oscuro de la mano de su nuevo destino: un nuevo shopping center (6, 7). Las imágenes que se nos ofrecen de la intervención (a un costo de varios cientos millones de euros), no pueden ser más desalentadoras. Y si Buenos Aires se dio el lujo de malbaratar el magnífico Mercado de Abasto ante esta nueva plaga urbana que constituyen los shoppings (y que increíblemente en su origen fueron un experimento social de integración urbana), Torino está a punto de arruinar uno de los espacios modernos más potentes del Siglo XX. Y no puede decirse que el comercio es el culpable, el edificio de Vysotin es un mercado finalmente. Pero el distinto modo de ocupación del espacio que propone un mercado público al hipercontrolado interior de un shopping center (quienes tuvieron la suerte de asistir a la obra Shopping llevada adelante en el festival de teatro Ciudades Paralelas en el 2010, conocen perfectamente el alcance de esta aseveración), nos habla también de los diferentes modos de vida que toda arquitectura puede albergar (8).
Nadie puede culpar a Nervi del modo que la sociedad italiana contemporánea está tratando su obra, como seguramente no es solo mérito del arquitecto el uso del Mercado Gülüstan. Pero sí nosotros podemos tomar nota de los diferentes sentidos que puede alcanzar cada arquitectura, y comprender así las posibilidades de los diferentes desarrollos.
Comencé diciendo que el valor de la obra de Vysotin, no era evidentemente la originalidad, pero sí podemos decir que lo es la pertinencia. Vysotin vio en el tipo de espacio que la estructura del Palazzo del Lavoro podía construir, la potencialidad para su obra, y dio a las ideas de Nervi una vida que lamentablemente su propio edificio ya nunca tendrá.
*En Revista 1:100 número 36, enero 2012, pp 76-79.
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