ACERCA DEL PROYECTO DE OSCAR FUENTES PARA EL CONCURSO INTERNACIONAL ELEMENTAL CHILE DE VIVIENDA SOCIAL, ORGANIZADO POR LA UNIVERSIDAD DE HARVARD Y LA COMISION NACIONAL DE LA VIVIENDA DE LA REPUBLICA DE CHILE EN EL AÑO 2003
Por Silvia Schwarzböck
A un concurso inspirado en el Weissenhofsiedlung de Stuttgart (1927), Fuentes presenta un proyecto que retoma, en otro nivel de complejidad y con criterio revisionista, algunas ideas de Adolf Loos (la casa de un solo muro, patentada en 1921, y el Wiener WerkbundSiedlung, de 1930/32). Se trata, en principio de una provocación. No solo porque se sabe que Loos fue crítico de aquel modelo de vivienda social (al que calificó de conjunto de “casas burguesas extremadamente hermosas”), sino porque se elige, dentro de las soluciones técnicas posibles, la de aquel que fue vencido dentro de los debates de la Viena roja (el modelo vencedor fue el de la “fortaleza obrera”, el Hof). Este, sin embargo, sería el aspecto más epidérmico de la provocación. Porque sostener que la solución técnica al problema de la vivienda social (y no la solución estética – política) se encuentra en ese momento del movimiento moderno es sin duda una provocación mayor que atribuírsela a quien forma parte del bando vencido (ese nivel de provocación solo es superado por la foto del muro construido por Israel, que aparece en el proyecto, puesta como ejemplo de la eficiencia con que los estados saben construir muros). Pero ¿por qué provocar, cuando se aspira a ganar un concurso como el de Elemental Chile, al que el propio director del programa, Alejandro Aravena, declara basado en Weissenhofsiedlung de Stuttgart y en el Previ de Lima?
Los distintos escritos de Loos sobre el problema de la vivienda social tienen como centro la cuestión de la alimentación. Se es pobre porque no se tiene asegurada la comida diaria. Por eso la solución al problema de la vivienda social debe partir del jardín: el jardín es lo primario, la vivienda, lo secundario. “Solo la persona que precisa conseguir alimentos por medio de tener que trabajar en el huerto, además de la profesión que ejerza, tiene derecho a reclamar de la comunidad suelo para sí. Y debe autorizársele a vivir en ese jardín, para mejorar su cosecha. Pues, para él, este tipo de vida es una necesidad. Pero a la gente que no produzca alimentos le corresponde vivir en bloques de pisos.” (“Reglas para la colonia [Siedlung]”,1920). La vivienda del más pobre –en el replanteo de Fuentes– ha vuelto a ser un instrumento de trabajo. Así como a fines de los años veinte se debatía entre los Siedlunger obreros de Frankfurt, Stuttgart, o Berlín y el modelo de la Viena roja (que tampoco era sólo el de Behrens y el del Werkbund) mientras ascendía la desocupación y estaba próximo al nacionalsocialismo, en la América Latina de comienzos del siglo XXI la vivienda social pasa a ser parte del problema de la pobreza extrema que ha dejado el neoliberalismo. Ya no se trata de pensar cómo deben ser los barrios para obreros, sino de cómo deben ser los barrios para personas que, en su gran mayoría, más allá de cual sea su trabajo, no tienen un ingreso regular del que pueda descontársele mensualmente un porcentaje del costo de su vivienda.
La vivienda social, en la medida que necesita ser regalada (no cobrada), debe ser lo más barata posible, como pretendía serlo la casa de un solo muro que Loos patentó en 1921 (de modo que no encarezca el costo de los materiales y de la construcción). Esa es la solución técnica y conceptual que retoma Fuentes. No se trata, para él, de plantearse la solución a un problema estético –político, el de cómo tienen que vivir los pobres–, porque, de hecho, los pobres van a vivir (todavía) en el mismo tipo de sociedad que los ha dejado en la pobreza. Por lo tanto, la vivienda de los pobres será como se los permita, en principio, aquello de lo que van a comer: la huerta (la idea loosiana del jardín, en la vivienda social, es la idea que él se hace de cómo entiende el jardín un campesino). Las viviendas para el concurso de Elemental Chile están pensadas en función del jardín, en lugar del jardín en función de la vivienda (aprovechando, sobre todo, el carácter abstracto de la propuesta: no se definía siquiera en que zona de Chile iban a construirse estos conjuntos de 200 viviendas en una manzana). El espacio de pertenencia que el reglamento del concurso exige se convierte en un jardín entendido como unidad económica, del cual la casa representa una extensión (y no al revés).
Hay dos maneras contrapuestas, según Loos, de gozar de un jardín: por un lado está la satisfacción ante la cosecha (que implica la destrucción de la naturaleza); por el otro, la satisfacción ante las plantas (que supone la conservación de la naturaleza). Quien quiera gozar de lo ajardinado como placer estético –el segundo sentido– debe contentarse con visitar los parques públicos. El cultivo del jardín en el primer sentido no tiene finalidad estética alguna. Sólo económica. El jardín (la huerta, en realidad, sumada quizás al gallinero y, en el proyecto de Fuentes, al taller, al depósito y al pequeño comercio) es una mera solución técnica al problema de la alimentación de los pobres (esa era también la situación de los campesinos que llegaban a trabajar a las ciudades en tiempos de Loos).
Pero no se trata sólo del jardín (cultivar el propio jardín es una consigna que siempre se asocia con la resignación política, con el hecho de concentrarse en los asuntos privados porque se ha fracasado en el intento de transformar la cosa pública). Se trata, antes que nada, de que la prosperidad del jardín redunde en beneficio de la prosperidad de la casa y que de la prosperidad de las casas resulte la “bonita vecindad” del barrio. Cada vivienda, por eso, no es otra cosa que un solo muro que separa del vecino. Quien la recibe, puede subdividirla a su manera. El pobre, por necesidad, suele compartir la vivienda con la familia ampliada y con los amigos más necesitados que él. Por eso existe la posibilidad de que la amplíe hacia arriba, edificando más pisos. Si en algún caso el propietario no necesita de ese espacio ampliado (por la razón que fuere: o por ya contar con pocos familiares y amigos más desguarecidos que él –lo cual es una alegría– o por haber éste prosperado y querer ahora irse del barrio que lo vio salir de la pobreza), le queda la opción de alquilarlo a alguien más necesitado que no pertenezca al barrio o vendérselo a algún vecino que desee ampliar el espacio propio (en la concepción loosiana la propiedad del suelo debía ser comunitaria; en la de Fuentes, la decisión al respecto no puede tomarla el arquitecto sino el Estado: Chile en el 2003 no era la Viena roja). La vivienda, pensada de este modo, confirma que es parte de la misma solución conceptual que representa el jardín (como unidad económica, no es más que una extensión suya). El pobre la concibe, en primera instancia, como un instrumento de trabajo, y solo cuando prospera puede empezar a sentirla como el refugio de los sentimientos y el depósito de sus tesoros, tal como lo hizo, en otro tiempo, el burgués (hoy quizás la vivienda burguesa tenga significados más oscuros, que exceden esta nota y, tal vez, los alcances de la arquitectura para satisfacerlos), Es verdad que la vivienda humana (popular o burguesa) podría ser muchas otras cosas que una unidad económica a la que, cuando se prospera, se la vende, o que, cuanto más se arman sus pertenencias, bajo más llaves se cierran sus puertas. Pero si el problema de la vivienda siempre ha sido el de los que no puedan tenerla, y su solución se plantea en las condiciones vigentes, la respuesta que le cabe desde la arquitectura tiene que ser técnica antes que utópica. Porque el resto debe hacerlo la política. Que los pobres tengan vivienda depende de que tengan un jardín.
*En Revista 1:100 número 25, agosto 2011.
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